Flores amarillas


Paro el coche con cuidado a una distancia prudencial de la puerta metálica verde. Salgo. Y me asalta el olor a hierba y a campo y a flores amarillas, como una caricia demasiado fuerte… me quedo paralizada unos segundos, incrédula, como si captara aquel aroma por primera vez, o como si lo descubriera por primera vez después de un largo exilio. A mi espalda la puerta de mi coche nuevo permanece abierta. A mi derecha la casa blanca y vieja, con la cal hecha jirones, permanece como hace 30 años. Yo vuelvo a tener 7.
Respiro hondo varias veces, la mente en blanco, los pulmones llenos de campo.

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